Esta semana será de balances anuales, a nivel nacional las cifras dan cuenta de un año marcado por la crisis y proyectan un 2021 definido por posibilidades de cambio, a condición de que la izquierda cambie o se transforme cada vez más en genuina organización política del pueblo.
La crisis social originada el 18 de octubre de 2019 se trasformó durante este año en una crisis política permanente, que el gobierno y el conjunto de la oligarquía, insiste en negar. El abismo entre el mundo de las poderosas tres comunas de altos ingresos de la capital y el resto del país sigue profundizándose. Solo para ilustrar: en la última encuesta, el presidente Piñera alcanzó un 7% de aprobación de la ciudadanía. En contra posición, el pueblo, manifestado en el 78% del Apruebo, mandató la creación de una Nueva Constitución, como forma de democratizar el país y terminar con los abusos, injusticias y privilegios de dicha oligarquía.
Este año, las oscilaciones en la contingencia políticas se fueron haciendo menos vertiginosas, así los cambios en las percepciones y estados de ánimos (optimismo/pesimismo) de las distintas fuerzas fue variando, al igual que en 2019, pero de forma menos violenta. Esto ha llevado a la derecha a sostener su irracional tesis de que “aquí no ha pasado nada” y a la ex Concertación a pensar que “no necesita a nadie (por la izquierda)” para volver al gobierno y dirigir una salida a la crisis. Vale decir, ha permitido al duopolio creer que es posible reestablecer la democracia sin ciudadanía de los últimos 30 años.
Este reordenamiento duopolico (derecha-concertación) abrió un espacio de unidad para las fuerzas declaradas anti-neoliberales (PC-FA), cerrándose el año con un reacomodo político en tres grandes tendencias (¿el retorno de los tres tercios?), de cara a la elección de las y los miembros de la Convención. En esta nueva división, el PS optó por su alianza con la DC, es decir, por la política de los acuerdos de los años 90, mientras que, a buena hora, el PC ha profundizado su opción contraria al neoliberalismo y en favor la democracia con pueblo.
La crisis sanitaria producida por el covid 19 tuvo como consecuencia más de 600.000 contagiados, de los cuales más de 21.000 murieron. La tasa de contagio y fallecimiento, producto de las características de nuestra sociedad, aumenta a medida que se desciende en la estratificación social. La llegada de una vacuna pareciera ser el inicio de un lento fin de la pandemia que, sin embargo, demorará, al menos, unos seis meses más. Además, de éstas terribles cifras, la pandemia dejó en evidencia la ausencia de Estado social, no así de Estado policial-militar, y la profunda desigualdad económica existente en el país. Finalmente, activó y profundizó una crisis económica enorme.
Esta crisis económica ha significado una caída del PIB similar a 1983, un aumento de la pobreza y la cesantía por sobre los dos dígitos afectando a entre 2 y 3 millones de personas. Las mismas que no tienen vivienda, salud y pensiones dignas. Durante este año, los costos de la crisis han sido asumidos en lo fundamental por los propios trabajadores con los dineros de sus seguros de cesantía y con parte (20%) de sus fondos previsionales, lo que, a su vez, empeora las ya miserables jubilaciones.
A estas crisis conocidas se debe agregar otras silenciosas, como la del agua y la vivienda. Ambas se expresan en un déficit estructural que este modelo privatizador no podrá resolver.
Los desafíos de 2021
Crisis política, sanitaria, económica, hídrica, habitacional, previsional… es decir, Chile se enfrenta al agotamiento del modelo de desarrollo neoliberal y debe buscar alternativas concretas de cambio. ¿Qué opciones existen? Sin contar las aventuras personalistas, se observan tres, a saber: Una restauración y profundización autoritaria neoliberal, una restauración democrático-formal del neoliberalismo, pero, otra vez, sin pueblo y con mínimos mecanismos de regulación, o el inicio de la superación del neoliberalismo en un sentido democrático y popular.
Transformar el tercer proyecto o posibilidad en realidad implica una serie de desafíos en 2021, entre ellos, quisiéramos destacar uno: la construcción de la organización política del pueblo, esto es, crear partido, programa, estrategia y militancia profesional, disciplinada y anclada en la sociedad, más allá de los círculos de convencidos y convencidas, de las zonas de confort.
El pueblo que despertó requiere de herramientas políticas para canalizar y conducir sus energías de cambio, no basta con cuestionar “a los partidos” existentes o esconder la militancia detrás del maquillaje de “independiente”, es necesario constituir una forma de organización política alternativa, que no sea un fin en sí mismo y no sea secuestrada por el poder económico de los empresarios, esto es, que responda a los intereses populares. Obviamente, no se trata de un llamado mesiánico a partir de cero sino a problematizar el carácter de las actuales organizaciones.
Dichos intereses populares deben ser conceptualizados políticamente por el partido en un programa de luchas que permita establecer metas de corto, mediano y largo plazo, sin estos objetivos la organización será como un barco sin brújula navegando a la deriva en medio de un cada vez más convulsionado mar. 2021 será el año de los programas constituyentes y de gobierno nacional y local. En estos los derechos sociales (trabajo, previsión, salud, educación, vivienda, agua…) deberán estar en el centro, es decir, la institucionalidad política deberá orientarse hacia su realización, en otras palabras, el nuevo orden político deberá comenzar a servir más al bien común y menos al gran capital.
Este pueblo organizado con objetivos propios requiere, además, de una ruta o un camino claro y definido que le permita llegar a sus metas, no puede moverse, como las hojas secas, en distintas direcciones según la dirección del viento o contingencia política. Establecida la meta se deberá avanzar hacia ella, en algunos tramos tocará ser héroes y en otros villanos, en las representaciones de nuestro adversario (en sus medios de comunicación), lo realmente importante es establecer los niveles de avance en el trayecto político definido y no la popularidad momentánea en redes sociales.
También es relevante abandonar los elitismos y ultra izquierdismos que alejan al militante del pueblo no organizado, de la “gente común y corriente”. En procesos de transformación democrática, social y, por cierto, revolucionarias, el pueblo tiene un rol fundamental que ninguna elite profesional, por muy alta que tenga su autoestima, puede suplantar. Vale decir, en lugar de buscar entrar en círculos del poder establecido (para “influir desde dentro”), la militancia debe tener vocación de entrar en los círculos de socialización popular (para constituir pueblo organizado). De igual forma, debemos superar la zona de confort que nos entrega nuestro circulo de militantes, el ultra izquierdismo no es el proyecto político más radical de la izquierda, como le gusta auto percibirse, sino una forma de evadir la militancia en el pueblo desorganizado utilizando como escusa estar siempre más a la izquierda del campo de acción política en el que participan esas mayorías.
En síntesis, 2020 ha sido el año de múltiples crisis, expresiones del agotamiento del modelo de desarrollo neoliberal. En este contexto, 2021 será el año de las disputas por las alternativas para enfrentar estas crisis. La opción política de la oligarquía o del gran capital sigue siendo la restauración neoliberal, más o menos autoritaria. Por su parte, el pueblo que emergió en octubre de 2019 y 2020, tiene pendiente su organización política que le permita levantar una alternativa de solución a la crisis. Dicho directamente, el cambio que Chile está experimentado exige un cambio en la izquierda, en nosotras y nosotros.