A cuatro años del “estallido social”, como país nos encontramos en un momento de inflexión. La fallida salida democrática a la crisis está abriendo la puerta a una salida autoritaria. La Convención Constitucional no abordó, en forma y fondo, de manera suficiente las demandas sociales relacionadas con el bienestar material que estuvieron a la base del estallido.
No se trata de la falsa dicotomía señalada por la derecha entre “agenda identitaria” y “agenda material” o “ecologismo” versus “productivismo”, sino de ordenar políticamente las reivindicaciones sociales en una estrategia que le hable a las mayorías y no solo a los “convencidos”. En esta ausencia de estrategia se produjo un espacio en el que entró la derecha política y económica “más dura” con su relato populista que logró conectar con los sentidos comunes (influidos por la crisis de seguridad).
Sin evaluación (autocritica) no hay aprendizaje posible ni ajuste político necesario. Estuvimos en las grandes movilizaciones dotándolas, en parte, de contenido y fue correcto, sin embargo, nos equivocamos en la estrategia constituyente, subestimamos a nuestro adversario, sobreestimamos nuestras capacidades, y sobretodo nos desconectamos del sentido común mayoritario. Fue un error que en la Convención se impusiera la lógica de los colectivos a la dinámica de las mayorías afectadas por las crisis (sanitarias-económicas, de seguridad y otras).
Si las fuerzas políticas que emergieron o se constituyeron en torno al estallido y la Convención Constitucional no asumirán estos errores, al menos se requiere que en el mundo político organizado se reoriente las acciones políticas (salir de la zona de confort, auto referencia y autocomplacencia).
Para evitar la consolidación de la salida autoritaria a la crisis (Constitución y gobierno de Kast) debemos volver a enfocarnos en las mayorías. Esto implica concentrar las fuerzas en las “personas comunes y corrientes”, no en los nichos que ya adhieren al gobierno o a nuestros movimientos. Los sectores de trabajadores y populares deben ser integrados en los programas políticos, es decir, en las acciones militantes de las fuerzas transformadoras. No basta con alianzas políticas “por arriba” como la formación del partido único del Frente Amplio, se requiere además de alianzas políticas “por abajo” con las organizaciones sociales populares y de trabajadores. Debemos interpretar los intereses de estos sectores a partir de nuestras políticas, de lo contrario será la derecha la que las interprete desde el Consejo Constitucional y la Oposición para profundizar la desigualdad en el país.
Nuestra cultura política debe valorar el trabajo militante en las bases y las instituciones guiado por los intereses del pueblo. Los territorios y puestos en el gobierno no pueden ser entendidos como fines en sí mismo o estar desprovistos de objetivos políticos. Debemos hacer “escuela”, formar a nuestras bases, dialogar con el saber popular, arribar a interpretaciones en conjunto. Evitar el basismo y el vanguardismo. Solo la síntesis de las fuerzas sociales y políticas del pueblo podrá contener el avance autoritario y recuperar la iniciativa trasformadora.
Debemos evitar el fatalismo o el atajo de negar el trabajo militante, en la base o en la institucionalidad, porque abre más espacio a la derecha para un avance sobre territorios que controlábamos nosotros. Debemos elegir las peleas, es cierto, pero una vez elegidas debemos darlas hasta el final y defender los avances.
A cuatro años del estallido social el llamado es a enfocarnos en la disputa de los sentidos comunes mayoritarios para evitar la Constitución y el gobierno de Kast, escenario en el que podremos recuperar la iniciativa en la lucha por las pensiones, la salud, los salarios, la educación, la vivienda y el conjunto de derechos sociales que permiten la vida digna de nuestro pueblo.