Es ampliamente compartido el diagnóstico sobre la desconexión entre la política institucional y la sociedad. Sin embargo, persisten prácticas que desconocen o menosprecian liderazgos nacidos de la lucha social y popular. Algunos dirán que son tensiones propias de tiempos electorales, que no hay espacio para todos o que siempre quedarán grupos resentidos. Pero esta vez no se trata de eso. Estamos frente a un asunto de fondo: la cultura política que, en quienes llegaron prometiendo hacer las cosas de otra manera, termina reproduciendo viejas lógicas.
Los partidos populares del siglo XX se caracterizaron por su profundo anclaje social: militantes con disciplina y entusiasmo, trabajando como voluntarios en campos y poblaciones. La izquierda del siglo XXI, en cambio, buscó representar nuevas luchas y revaloró la democracia. En Chile y en la región existen experiencias adecuadas para los desafíos actuales: construir mayorías ganando el corazón y la conciencia del pueblo despolitizado. Sin embargo, cuando se reproducen prácticas elitistas, de hombres y familias notables, de grupos de amigos o compañeros de colegios y universidades de elite —tal como lo hace la derecha decimonónica— el camino al fracaso y al aislamiento social se acortan peligrosamente.
Ukamau ha demostrado en la calle, en la asamblea y en la gestión concreta su compromiso con las mayorías trabajadoras. Pero más de una vez se nos ha cerrado el paso con excusas formales: cambios de domicilio en registros, acusaciones infundadas levantadas desde la prensa más rancia del pinochetismo, o interpretaciones discrecionales de normativas internas.
Recientemente, otro referente popular, con legitimidad simbólica nacida de la represión estatal, fue marginado de una candidatura parlamentaria pese a ubicarse segundo en las encuestas. El argumento fue que “no había espacio”. Paradójicamente, esas mismas encuestas sí se usaron para bajar a otros candidatos con años de trabajo territorial. Las reglas cambian según convenga a quienes controlan el tablero.
Más llamativo aún: quienes denunciaron que aquello cerraba las puertas a lo popular jamás se acercaron a Ukamau, ni reconocieron que en nuestras filas existen liderazgos con trayectoria demostrada, construidos desde las luchas territoriales, con legitimidad ganada en los barrios y con experiencia también en el trabajo institucional, implementando políticas públicas y administrando recursos del Estado. Vocerías que encarnan la combinación —poco común y tan necesaria hoy— entre la organización popular y la capacidad de gestión pública.
Cerrar las puertas a lo popular es una señal peligrosa: aleja la política de la calle, debilita la relación con las comunidades y refuerza la apatía y la desconfianza que decimos querer revertir. Las organizaciones como la nuestra seguirán trabajando en los territorios, vinculando la política con la gente, aunque para muchos resulte incomprensible desde la burbuja en la que viven.
El tiempo apremia. Una derrota política significará retrocesos en derechos para amplios sectores sociales, a manos de la ultraderecha. La unidad debe construirse desde y con el pueblo, revalorizando lo popular, ampliando y masificando el camino.
Ukamau no se conforma con discursos; seguimos organizando en todo lugar donde la dignidad nos convoque. Porque, como hemos dicho siempre, es luchando como avanza el pueblo. Ninguna formalidad, encuesta o maniobra cupular nos detendrá.
Las élite cierran puertas, el pueblo abre caminos de emancipación.